domingo, febrero 03, 2013

Li ñaaw na = esto es sucio

Fajaditos de Pablo Serrano
¿de que te sorprendes?. Qué inquietante pregunta. Siempre me produce una sensación de profunda desazón porque me la encuentro siempre, la pregunta, en boca de seres queridos que seguramente quieren ahorrarme unos minutos de cabreo e indignación. Siempre me sorprendo. Y ustedes también, no lo nieguen. Además no hacerlo o supone ninguna ventaja, ni siquiera es una actitud que les relaje frente a tanta humillación como nos escupe la prensa diaria. No sorprenderse, digo siempre para que me permitan indignarme a gusto, sería morir. Y eso nunca, al menos por ahora. Sorprenderse, asustarse incluso, es un síntoma de una disfunción. Hacer caso omiso, disimular que no se ha oído nada, autoconvencerse de que todo es normal sólo contribuye al agravamiento del problema. Cuando el ensordecimiento es general el peligro adquiere proporciones que pueden ser inabordables. Las soluciones pospuestas no existen, lo único que cabrá hacer será una extirpación dolorosa con un postoperatorio largo y penoso. La corrupción, como su propio nombre indica, es irreversible. No hay cura para un órgano corrupto. Vean el magnifico ejemplo de la iglesia. Esta institución milenaria ha conseguido disimular el pecado propio en la redención ajena y el poder secular no se demoró en copiar unas prácticas tan exitosas. Las prótesis todavía están en fase beta y los índices de rechazo desaconsejan experimentos poco consolidados. Únicamente un cuerpo social altamente sensibilizado con las debilidades de la democracia pueden salvar el modelo teóricamente más inocuo de organización social y política. Pero nuestro país no ha sido nunha un ejemplo de sociedad éticamente comprometida con la defensa de principios de poco valor de cambio. Preguntarnos por nuestro atraso cultural es condicion sine qua non para afrontar con un mínimo de eficacia el drástico cambio que exige la supervivencia de moribundo pacto social. Cuestionar a la clase política debe dejar de ser una ridícula pose de ciudadano pretendidamente informado para concretarse en acciones que aunque ya parecen revolucionarias, deberían ser parte de nuestra rutina diaria. Exigir transparencia, respeto y legalidad, como mínimo, en nuestras relaciones diarias con lo público y con lo privado es sólo un pequeño requisito para considerarnos ciudadanos activos y responsables y por lo tanto protagonistas de ese acuerdo por el cual delegamos parte de nuestro poder en un órgano colegiado, sólo por la sencilla razón de que es imposible oir nada si sesenta millones de ciudadanos hablamos a la vez. Cuando dejamos que la sencilla lógica de la vida diaria se transforme en laberintos jurídicos de contratos y requisitos que funcionan incluso sin nuestro consentimiento estamos poniendo los cimientos para la locura autoritaria de la que ya tendríamos que estar prevenidos, sobre todo en nuestro solar ibérico.  Una transición de la que presumió sólo el que conocía las ventajosas condiciones que se obtuvieron con un apretón de manos tan acelerado como vacio pudo ser un período de incubación de una nueva generación con la mente despejada. No lo fue, al menos en la medida que requería una imprescindible regeneración política. Los silencios clamorosos no escondían una paz social que era la envidia de países alienados con populismos y gobienos corruptos; eran el escondite de los franquistas de última generación, la guarida desde la que iban a vigilar de cerca al progresismo recién excarcelado. Los años del blanco y negro se sustituyeron por un colorido extravagante en el que afloraron experiencias sociales, culturales y políticas que, de repente y aparentemente, nos refrescaban la cara luego de una cuarentena de fiebre servil. Este fue el contexto en el que se generaron nuestros gestores de la cosa pública. Aquellos silencios amenazan hoy con tomar las plazas pero lo malo es que ya nadie recuerda lo que es una revolución, a pesar de que el vecino de abajo pueda exhibir con orgullos las marcas de los cigarrillos que algunos grises apagaron en la planta de sus pies. El olvido no es el problema. Es una estrategia de desmovilización social, aparte de una exitosa tendencia de gran utilidad para la financiación de trabajos de investigación en estudios de humanidades que parecen haberse pasado a lo “vintage”. Lo cierto es que de un día para otro pusimos la radio y sonó la música de Tendido Cero. El telediario nos sorprendió también ese día, hace menos de un año, con personajes que se movían igual que los siniestros actores del N.O.D.O. Dudamos de nuestra capacidad de ver en color cuando algún ministro de un ramo informaba de los progresos de una economía que decían acababan de rescatar de unos delincuentes a los que afortunadamente el turnismo había dejado fuera del maquiavélico juego de lo bipartito. El primer sábado de ese período de reperplejidad onerosa comprobamos que en el quiosco del barrio no quedaba ningún periódico en lengua vernácula. Los informativos internacionales mostraban a dirigentes ebrios vanagloriándose de glorias sexuales desde las tribunas de sus parlamentos y creímos que nuestra caspa era brillante confeti de glamur, de ese carísimo que ahora sale en facturas de ministras de sonrisa etrusca. Los despistes de la clase política son un elemento estructural del sistema, tendríamos que estar acostumbrados a ellos y no tendrían que ser ninguna amenaza para la tranquilidad social si fuesemos un cuerpo social advertido y vigilante; pero hemos dejado la puerta de la representatividad abierta y se ha producido una avalancha de tal magnitud que amenaza incluso con despertar al dinosaurio.   

3 comentarios:

Paco E. dijo...

Teño unhas ganas enormisísimas de que estoure todo dunha puta vez. O que ten que vir que pase xa.
Paco E.

detective crepuscular dijo...

Pois que queres que che diga, Ana, que está mui ben dito o que dis e que rebosa lucidez.

Paco E., que é "o que ten que vir", segundo ti?

Paco E. dijo...

Sr. Detective...
O que ten que vir e algo distinto ao que estamos a sofrir hoxe en día. Non fai falta ser ningún lince para decatarse que o sistema actual xa non da máis de si, está esgotado; despois de tantísimo tempo non solucionou as necesidades e os problemas do xénero humán; precisamente aproveitouse del para oprimilo e exprimilo debidamente e sería dunha grandísima temeridade intentar reparalo, porque o único que se conseguiría sería dilatar, cada vez con máis carencias e máis dor, a nosa agonía.
Paco E.