En la ciudad de Viseu, en el teatro Viriato, en el mes de octubre representaban una performance teatral titulada Atlas, en la que participaron 100 personas de la villa. En cada rostro, en cada palabra se reivindicaba al individuo dentro de un colectivo humano, cada uno de ellos adoptaba el papel de aquel gigante que sostenía en sus hombros la bóveda celeste.
En ese Atlas humano se mostraba el arte como fuerza que otorga un valor creativo y esencial a cada uno de aquellos que conforman una colectividad. En un intento por demostrar que ahí reside la fuerza y el carácter de cualquier cambio social. “Se a presenza de cada um incomoda moita gente, todos juntos incomodam muito mais”. Cada uno defendía y emprendía una pequeña batalla solapada entre tantas otras batallas.
En ese atlas de organización social, que mostraba, a través de la propia reivindicación individual, a cada uno de ellos como importante por ser único. Cada hombre es un artista, una revolución. El arte debe promocionar y desempeñar un papel activo en la sociedad y por tanto, se debe unir indisolublemente a la vida.
De forma distinta, aunque no opuesta, Holy Motors, el motor sagrado que mueve los cuerpos a la acción, despierta una contemplación, una observación casi violenta de aquello que se oculta tras el movimiento. Una historia que arranca del sueño de un público que se adormece en una sala oscura ante el movimiento de un cuerpo desnudo. Una vieja imagen desapegada de una narración, que establece la distancia justa que nos separa de la idea de lo que fue ese gran invento, el cine. El cine nació como movimiento, gracias a la dinamización de la imagen fotográfica, a través de procesos mecánicos, para captar la esencia de la nueva y flamante industrialización y la de las nuevas diosas, las máquinas. Esas mismas que acompañaron al hombre en el sueño del progreso. Pero las máquinas perdieron sus motores y con ello su sentido primario. El hombre que se sentía parte de ese ideario de progreso avanzaba hacia un mundo que modificó el sentido y el uso de sus propias creaciones.
En las ruinas del Samaritaine, otro gran almacén abandonado en el corazón de la herida Europa, se escenifica ese trágico cambio de la sociedad occidental, presidido por el vacío y la destrucción, en el que la construcción de una humanidad sin humanos parece cada vez más factible.
En 2001, una odisea en el espacio era la máquina Hall, un ente sin motor, la inteligencia artificial, la que se revelaba. En Holy motors, entre los maniquíes descabezados, desmembrados, se escenifica el fin de algo o su crepúsculo, a través de una canción, que refuerza el reencuentro de dos amantes, en la que la gran pregunta no es otra que -¿Quiénes somos? ¿Quiénes éramos?, ¿Quiénes seríamos si hubiésemos actuado de otro modo entonces? No hay comienzos nuevos, unos mueren y otros siguen viviendo. Pero, aunque el tiempo degrada el estado de las criaturas que conforman la historia, entre toda esta devastación hay un acto que recoge todas las posibilidades, a través de la construcción de miles de historias, de miles de posibles historias que nos inspiran, nos repugnan, nos violentan, nos acaparan, nos destruyen y que no buscan responder a los grandes enigmas, en un mundo cada vez más complejo, sino que profundizan en preguntas a las que no siempre es fácil, ni siquiera, posible responder.
¿Qué significado tienen los trabajos que realiza diariamente Óscar, cada uno de esos trabajos que lo llevan a desdoblar su yo, a sufrir, a recordar, a matar o a morir?
Es estimulante en su concepción porque en cada una de sus imágenes se profundiza en el movimiento en la acción hasta la extenuación, en giros sobre un eje invisible que trasforma los objetos y a sus artífices, y es la suma del esfuerzo humano por caracterizarse cada día en aquello que es, a la vez, construcción y destrucción y que se define en cada uno de los fragmentos que genera y que ensamblados son episodios de una narración que no rehuye la cara más profunda y oscura, a través de un seductor discurso capaz de ver, transgredir y violar todas las imposturas represoras que nos impone lo “real”.
Grazas a Dolores Miloro por achegarnos a súa reseña.