Hace poco escribí una crítica del libro Varados en Río, de Javier Montes. Por suerte, el autor tuvo la delicadeza de pasar por aquí e intercambiamos interesantes puntos de vista sobre su libro y la crítica que suscitó en Ana Rodríguez-Fischer y en mí. Confieso que no esperaba, cuando redactaba mis impresiones, que mis palabras tuvieran la repercusión que lograron, y mucho menos que llegaran a ser leídas por el propio autor. Las explicaciones de Javier Montes no sólo las acepto como un valioso y legítimo esfuerzo por defender su obra, que considero irrenunciable, sino que las agradezco más por lo que suponen de estímulo para una reflexión en profundidad de la rigurosidad con la que deben emprenderse los trabajos de crítica literaria. De modo que la autocrítica -más que literal, en este caso- se me impone como algo obligado.
La literatura es, casi por definición, un conflicto irresoluble, y puede incluso que en la imposibilidad del pacto entre escritura y lectura resida su mayor atractivo. Ya saben, ce n´est pas une pipe. No obstante, y dado que en este caso se ha producido un intento de explicación, creo que es muy valioso reflexionar sobre los condicionamientos que influyen en nuestra valoración de los textos literarios. Mi lectura de Varados en Río no me pilló leyendo a Dostoievski. Leo esta obra luego de un año de inmesión chaceliana e inmediatamente después de rematado un artículo de investigación sobre la obra de esta autora. De modo que, en el minuto uno de escribir aquellas impresiones, yo misma era consciente del imposible y necesario grado de distanciamiento con el objeto de mi reseña. Fue algo así como si me plantease "este libro habla sobre Chacel y tengo la obligación de leerlo". Digamos que, por una parte, no me desvinculé lo necesario del imperativo académico para disfrutar de una lectura que tenía que presentarse como otra cosa completamente distinta. Como una obra literaria propia, distinta y alejada de mi objeto de estudio. Dada la extraordinaria intensidad de la obra de Rosa Chacel, de la que también participa la investigación sobre la misma, en la que sobresale, sigo repitiendo, la magnífica investigación de Ana Rodríguez-Fischer, creo que tengo que reconocer que, efectivamente, tiene todo el sentido la advertencia que me hace Javier de que por suerte para los escritores que amamos, su obra es patrimonio de todos sus lectores, no sólo de los especialistas que quieran arrogarse su monopolio y otorgar bulas y excomuniones. En mi experiencia, un autor suele necesitar ser más protegido de sus acérrimos defensores que de sus detractores (como puede verse en este caso). Los puntos de vista sobre él (o ella) serán más fructíferos cuanto más distintos, si parten del respeto escrupuloso a las fuentes escritas y a los testimonios recogidos cuidadosamente. Ese ha sido mi caso.
En mi crítica, reprochaba yo al autor el haber llevado la anécdota al centro del relato, por ser un estilo diamentralmente opuesto al quehacer chaceliano. Javier me advierte, acertadamente que escribir sobre un escritor no obliga (¡sólo faltaba!) a escribir "como" ese escritor o a autolimitarse al punto de vista que le fue propio. Mientras componía "Varados en Río" yo tenía en mente, aparte de la obra de Chacel, Zweig, Puig y Bishop, mil otros libros (...) para mencionarme luego interesantes ejemplos de obras que, en cierto sentido, especulan con la voz narradora. No puedo dejar de reconocerle al autor su razonamiento, no sólo legítimo sino acertado. He de reconocer que no me había sacudido bien del "intríngulis" chaceliano y estaba, estoy aún, navegando por esas ideas-personaje con las que Chacel contruye sus obras y que complican la lógica de unos textos radicalmente distintos y con estilos diferentes. Lo que suena a disculpa, en todo esto, no es más que un reconocimiento irremediable de vicios de lectura que tienen forzosamente que corregirse si lo que se pretende es hacer críticas objetivas y rigurosas sin perder el punto de originalidad o estilo que una pueda tener en esto de hablar de lo que otros escriben. Esta singularidad del rechazo de la anécdota es tan presente en los textos de Chacel que una, como lectora, percibe que hacer lo contrario es algo así como cambiar de género. Y efectivamente, es casi así exactamente, porque pasar de Chacel a otras literaturas es como cambiar un libro de filosofía por otro de ciencia-ficción. Lo que sí debo reconocer aquí es el grado en el que este prejuicio pudo determinar una crítica en exceso negativa. Como si la anécdota en sí fuese algo a lo que renunciar por dedreto si se quiere hacer buena literatura. No. No es la utilización de un recurso, o su ausencia lo que determina la calidad del relato.
En cuanto al "yo desaforado" que le critica Ana Rodríguez, quizá tenga algo que ver con ese hartazgo que provoca en la literatura reciente el Yo del autor, del que habla Anna Caballé en el suplemento literario Babelia de este pasado fin de semana, una fatiga debida en parte a la extrema dificultad de reconocer los límites del género y de saber qué estamos leyendo (Anna Caballé. Cansados del yo?).
El hibridismo actual de la novela, con las infinitas posibilidades de juego de voces e interacciones espacio-temporales introducen una confusión de la que sólo se sale airoso si se dispone del talento necesario para hacer de la lengua un mecanismo de construcción de mundos interesantes que aporten belleza y conocimiento a partes iguales. Y creo que Javier Montes transita por este camino. Digo creo porque me falta por leer el resto de su obra.
Me gustaría dejar aquí constancia de cada una de las rectificaciones que hace Javier a la crítica de Ana Rodríguez pero creo que en mi espacio, lo que debo hacer es una autocrítica que, naturalmente, únicamente puede hacerse sobre las palabras propias.
Más información sobre el autor.
Varados en Río, de Javier Montes en Anagrama.
Varados en la literatura, de J. Ernesto Ayala Dip. El Correo, 25.6.2016.
Los escritores siempre dejan huellas del crimen. Entrevista de Jorge Morla a Javier Montes en El País, 29.6.2016.