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No, no es eso. Es lo que imagino que Chacel pensaría tras la lectura del texto de Javier Montes a propósito del exilio de la autora en Río. No, no es eso. También lo piensa Ana Rodríguez Fischer, autora de una monumental tesis sobre la obra chaceliana y que inauguró una secuela magnífica de estudios académicos sobre la narradora. No, efectivamente, no es eso. Pero que a estas alturas, alguien se acuerde de Chacel, la rescate de su pernicioso olvido, no deja de ser motivo de alegría. Quizás el misterio, el sofisticadísimo mundo chaceliano asome en ocasiones en el fraseo del texto, pero desde luego hay muchas cosas que chirrían. A Ana Rodríguez no se le escapa ni una de ellas, pero la más singular, la que Chacel no perdonaría es el intento de elevar la anécdota al centro del relato. Ni siquiera cuando sólo disponía de anécdotas como único material para reconstruir la vida de sus personajes, véase el caso de Teresa Mancha, les concedió espacio en su literatura. Se pudo siempre permitir el lujo de desecharlas porque lo que le interesó siempre fue la vida de las ideas, y esa sólo y siempre es el resultado de un pensar duro que luego se manifiesta en una implacable e impecable forma de articular textos de una profundidad filosófica sólo posible cuando se tiene una insobornable lucidez y honestidad a la altura de un conocimiento exquisito de la propia lengua. De haber leído Javier Montes más obra de Chacel y con más profundidad, no se le escaparía este nada pequeño detalle. No, Javier Montes no debió de haber leído su gran obra La Sinrazón. De haberlo hecho, no se hubiera atrevido a ser tan explícito en asuntos que la misma Chacel nunca dejó zanjados. Claro que, estar a la altura de doña Rosa ya comprendemos que es empresa imposible y acobardarse tendría como resultado el silencio. Y tampoco es eso. Así que yo agradezco el atrevimiento de Montes, Por qué no. Por qué no intentar comprender desde las capacidades de uno mismo, aunque se reconozcan limitadísimas al lado de una inteligencia tan desbordante. Yo agradezco a Montes que haya hecho el viaje a Valença que a mi también me gustaría haber hecho y no voy a hacer. Me gustaría seguir los pasos de Rosa en ese ómnibus, como él hizo, y sacar mis conclusiones también. Serían tan tristes como las de Javier, al comprobar el deplorable olvido de Rosa en esos lugares míticos en que vivió exiliada tanto años. Imperdonable. Ojalá que este texto sirva a muchas personas para entrar en el delicioso y sugerente mundo chaceliano. Es salud para el espíritu. Es impagable. Así que, a pesar de todo, gracias Javier.