El caso catalán parece estar funcionando como el imprescindible factor de hiperrealidad que nuestra indisimulada abulia -magníficamente representada por el imperturbable rostro enajenado de nuestro caballero andante Rajoy- no consigue, ni remotamente esconder. La confrontación sólo esperaba una leve brisa para que las ventanas y las puertas se abriesen ruidosamente y pusiese todo este polvo acumulado debajo de la sucia cama de la transición se nos metiese a los ojos a todos. Unos se quedan tan ciegos como estaban, son almas errantes en el desconocido magma histórico del que sólo conocían los grandes nombres, otros, deciden tomar posiciones, es lo que les han enseñado desde siempre y sólo encuentran seguridad envueltos en un trapito de colores cuyo pésimo gusto en la combinación de sus colores seguro que tendrá que ver también con la enajenación ambiente.
El déjà vu de todo esto no es una sensación extraña, puesto que las que lo sentimos estamos ya terriblemente preparadas para el mismo final que siempre implica remotos e imposibles desplazamientos.
De la magnitud de la sinrazón no pueden dar cuenta los partes de noticias, porque ya no los podemos distinguir de sartas de episodios construidos por guionistas formados en escuelas de tronos y directivos de empresas de todo lo post. De modo que no me aterra tanto una porra levantada, como la sutil pero implacable ruptura de lazos en entornos mucho más íntimos e incluso profesionales. Hay una lista de profesionales del sector de la documentación, Arxiforum, se llama, a la que llevo suscrita tiempo simplemente por no perder el hilo de una profesión que desempeñé un tiempo. Al hilo de un manifiesto se han desatado las furias y los suscriptores del profesional foro de intelectuales huyen casi en desbandada. De repende ya no importan los veinte años que llevan intercambiando ideas, proyectos e información. Se borran de repente nombres de colegas que se habían dado cientos de apretones de manos, se disuelvan las sinergias aquellas que consiguieron abrir nuevos caminos a sus investigaciones. Muchos se quejan amargamente de la introducción de lo político en sus sosegadas vidas profesionales, y otros critican justamente lo contrario, que no se atienda su "dolor". Ahí encontré el quiz de la cuestión. El sentirse dolido. La mujeres tenemos mucha historia de reflexión en esto del dolor. Se nos ha desplazado justamente por sentir dolor y expresarlo. Es una lección que una gran parte no necesitaba y otras han o hemos aprendido. Diferenciar la emoción de la profesión ha sido la única senda transitable para incorporarnos a una deriva histórica desfasada pero necesaria y justamente para cambiarla. No creo que me esté explicando bien, tampoco es necesario más que para mi, porque ahí fuera hay tanto ruido que estas hojas que caen aquí sirven únicamente para la reelaboración constante de un pensamiento que siempre es propio y deseo además apropiado. Decía pues, que con eso del dolor hay que llevar cuidado. No hay que ofenderse por cualquier cosa. Hacerlo por banderas, fidelidades ajenas o incluso lazos de sangre que no existen más que en su versión simbólica (hay que ver lo poderoso de ese sintagma!), conduce a una estupidez tan inmensa como los campos de batalla. Claro que si es cosa de hombres nada más, el campo se embarrará cada día y tendremos contados ya los claros del bosque desde donde intentar distinguir los cantos de las aves.