Nunca se escribirá lo suficiente sobre la destrucción de libros...porque si observáis bien la frase....
Una compañera, también bibliotecaria, me escribe, entre sus perlas:...lo más triste que ocurre en nuestro trabajo es que tenemos recursos muy
fértiles pero aplicamos herbicida y aunque no queramos nos mandan destruir
libros etc... y lo malo es que si no nos damos cuenta a tiempo, ese herbicida también nos matará a nosotros...no tiene gracia ninguna ¿verdad?, pues eso es lo que pasa en mi biblioteca y creo que en todas las de nuestro entorno...los libros que se consideran "obsoletos" -palabra fetiche del capitalismo autoaniquilador del que presumimos-, simplemente se destruyen, eso sí, previo pago a una empresa que lo haga de forma limpia y discreta. Mientras escribo estas palabra pasa por delante de mi mostrador Chambo, un usuario de Mozambique que "abusa" de su condición de investigador para llevarse cada día ¡diez libros!...los devuelve a última hora y pide ¡otros diez!...su expresión es de absoluto asombro ante la riqueza de nuestro fondo...no puedo dejar de preguntarle sobre su tema de trabajo y me dice que es formador de profesores en su país, y que todos los libros que pide son para diseñar programas y alternativas para poder enseñar allí a los niños ¡sin libros!...lo miro asombrada, se ríe, y me lo vuelve a repetir más despacio...si, Ana, es muy muy difícil...los profesores me piden ayuda, que les diga cómo pueden ayudar y enseñar a los niños en los colegios cuando no tienen libros, ¿y hay alguna forma?...claro, siempre hay cosas increíbles que se pueden hacer....no encuentro ahora una palabra más repugnante que "obsoleto"...no se sí me explico....
martes, abril 23, 2013
domingo, abril 07, 2013
O Capital, Costa Gavras.
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A derradeira película de Costa Gavras é deliberadamente mala. Deberiamos agradecerllo profundamente porque sacrificar a xenialidade artística en aras dun interese social paréceme un esforzo de xenerosidade admirable. É certo que a mediocridade abafante da realidade pode inspirar exquisitas obras artísticas. Cosmópolis de Cronenberg é esoutra cara da moeda. Ollamos naquel filme un exemplo perfecto de cómo o mesmo tema, a corrupción que move a economía, deu lugar a un relato dunha complexidade estética e dunha riqueza filosófica interesantísimas. As dúas películas amosan unha misma realidade, só cambia a ferramenta e as cores que empregan para recreala, cambia a técnica elixida e a complexidade do código do discurso. A Cronenberg interesalle a sutileza da linguaxe e escolle finísimos pinceis e revirados contrapicados para deconstruir a nosa ollada. Costa Gavras elixe un espray e pinta un grafitti de trazo groso para enchouparnos dunha insuportable vulgaridade cunha evidente intención didáctica na que sacrifica matices que non quere que nos despisten do deserto do real. Non se anda con andrómenas, o que hai é o que vemos. Dunha cor carece de tonos, dun cheiro que carece de esencias, e dun trazo que só ten un obxectivo: a economía mundial é unha cloaca a altura dos intereses máis espúreos. Os cartos, o sexo, o poder, son tres persoas distintas pero un só deus. Tres mercadorías que se intercambian ao ritmo dunha frenética ambición de poder para trocar o ouro en merda nunha revirada interpretación da alquimia que xoga coa mentira como a variña máxica capaz de darlle a volta a todo. Deste xeito demoledor preséntanos o sexo na súa variante máis espúrea, a prostitución. O amor e a familia como un defecto de serie co que só se convive cínicamente. Velaí a escea da visita familiar que fai o personaxe de Gad Elmaleh coma se fose outra das súas aburridas reunións diarias. O traballo como unha relación completamente alienante e illada na que a prescindibilidade é requisito sine qua non. A amizade coma unha folla dun libro de contabilidade. A fidelidade unha tristísima reminiscencia do pasado representado polo vello director do banco que representa os alicerces da descontrolable voráxine da insaciabilidade de poder. A personaxe principal no filme de Gavras é, malia todo, a mesma puta coxuntura da que fala unha voz en off que Cronenberg nunca empregaría, a propósito. Porque o él o quixo foi facelo máis bonito.
lunes, abril 01, 2013
El chino, Henning Mankell
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No me gusta que me atrapen deliberadamente, cuestión de orgullo, imagino. Quizás por eso he desarrollado un prejuicio también deliberado, frente a un género que abusa del poder del la ficción. Al lector de novela negra le queda poco margen para la interpretetación de unos hechos que sabe que han sido cuidadosamente seleccionados de la realidad para ser luego engastados con la precisión de un orfebre para ofrecer una muestra de genialidad literaria. Por eso no leí El Chino de Mankell predispuesta a que me zarandearan policías más o menos perspicaces ni personajes aparentemente secundarios que en un momento de la narración me descubriesen pistas ocultas que me animasen a participar en descubrimientos de culpables o tramas ocultas. El relato de Mankell está plagado de todas las fórmulas imprescindibles para mantener al lector en vilo, para asegurar la eficacia del texto, entendiendo esta, como objetivo en si mismo. Que el lector lea, si es posible, de un tirón, ese es el objetivo. Está bien. Y he de decir que lo consigue. Objetivo cumplido, por tanto. Mankell conoce la fórmula a la perfección. Te atrapa. Y así consigue ser traducido a 40 lenguas y vender millones y millones de ejemplares. Una no puede menos que aplaudir una gesta como esta en tiempos donde la expresión escrita tiene que refugiarse en ciento y pocos caracteres. Pero lo interesante desde mi punto de vista, es leer El Chino como si fuese un ensayo. No le resta nada de valía a la obra. No la hace aburrida, ni mucho menos. No la sitúa a una fuera del escenario cómodamente sentada en una butaca de cine o de salón de lectura. Desde la posición de ciudadana preocupada por la negrura del mundo una atiende a los inesperados cambios de escenario con un valor añadido. El de la responsabilidad del que participa en la función. Ahí me atrapó a mi El Chino. ¿que está pasando realmente con China? ¿que tiene que ver la venganza con la historia? ¿como se explican determinados sucesos que cada día atribuimos a locos o grupos de radicales fundamentalistas? ¿en que legitimidad se fundamentan los regímenes más progresistas? Mankell escribió su novela cuanto ya había presentido hacía tiempo una nueva época de invasiones silenciosas. En 2006 China empezaba rebajar principios maoístas por materias primas en territorio africano. Ahora, en la red, ya hay estadísticas fiables que non muestran claramente nuevas formas de colonización y de saqueo. Los ricos han enseñado al gigante asiático la fórmula. Reacomodar principios e ideologías, incluso religiones al mercado no es sólo una opción, es una obligación para el lobo, el personaje con que abre y cierra Mankell su relato.
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