viernes, enero 04, 2013

De monjas, bandurrias e ingrávidas pasiones.

Hace unos días me enviaron un vídeo en el que un grupo de monjas jovencísimas hacían gala de su amor a jesucristo con cánticos y coreografías muy características de toda una infinidad de movimientos religiosos que desde tiempos inmemoriales se aprovechan del estado de confusión e inseguridad de los adolescentes -en esta caso habría casi que reducir al femenino al colectivo humano- para asegurarse el imprescindible relevo generacional para la supervivencia de cualquier especie, en este caso que les comento, de su respectiva secta. Al visionar este implacable relato de lo que podría llamarse el límite de lo potencialmente absurdo en el comportamiento gregario de nuestra especie, una vez superadas las fases de vergüenza propia, ajena y hasta la de las generaciones que se sucedieren por la vida de tres reyes (los que entiendan de nuestra economía minifundista saben a qué me refiero), una vez recuperada la dignidad, digo, en caso de haber superado el estado de enajenación (allá cada uno con la dirección que haya tomado su incontrolable deseos, porque habrá quien se una al coro y habrá quien huya despavorido..) entonces, amigos, aquí hay mucho que reflexionar. En mi caso, estoy dispuesta a la confesión. Si. Incluso para los que hayan sentido un incontrolado amor por jesucristo, ante todos me reconozco en estas monjitas. Confieso -eso sí, sin sentimiento alguno de culpa al haber sido mi voluntad violentamente arrebatada por unas señoras más creciditas de las del video- que yo también he tenido una bandurria entre manos, que he alabado a un señor que creía reconocer y que me he involucrado en alguno de esos movimientos adolescentes que prometían pasiones muy parecidas a las que reclamaba mi cuerpo en aquel momento tan extraño de la adolescencia. Entiendo perfectamente a esas jovencitas. Cómo no. Cómo no enamorarse de jesucristo cuando es la metáfora perfecta de  aquel morenazo idéntico a John Travolta que sabías perfectamente que nunca sería consciente de tu existencia. Cómo no enamorarse de jesucristo cuando esa pasión te permitía acceder a los rincones más insospechados de tu cuerpo y de tu espíritu sin la amenaza del pecado, de la burla, el ostracismo y la hostia más consagrada si te pillaban con las manos en la masa (sin que nadie te hubiese explicado nada de la masa, lo que complicaba muchísimo más la cosa). Confieso haber hecho el ridículo hasta la anormalidad. Así que entiendo a esas jovencitas. Pero confieso algo más grave. Confieso entender a ese señor con un saco marrón y una cuerda en la cintura. Y eso es grave. Es pecado mortal. Seguro. El tema es que somos pocos y la santamadreiglesia, como experta en management internacional e intemporal, conoce las ventajas de tipificar sólo y adecuadamente los pecados más rentables. Y esos son los que pueden comenter la mayoría. El mío es un pecado gravísimo pero que sólo afecta a un ínfimo porcentaje de la población. La de los que sabemos por qué se le cae la baba al señor de marrón ante las manifestaciones más inocentes de esta congregación de larvas. Así que, me dije, ¿que mejor redención que utilizar el confesionario global para declarar mi pecaminoso estado? Somos pocos los que vemos cómo se humedecen las lentes de ese conductor de almas, pero ¡tenemos tanta capacidad para apasionarnos por nosotros mismos1 ...lo que no tenemos es manera de convencer a nadie, porque, ilusos de nosotros, pensamos que con la edad adulta ya todos los individuos de la especie tendrían que llegar a nuestras mismas lógicas conclusiones....ahí, me vengo arriba y pienso en la fortuna que tendrán estas niñas en cuanto transformen toda esa orgiástica pasión por jesucristo en lo que justamente van a hacer, que será reconocer la extraordinaria fuerza que le dio en su juventud haber conocido el peligro de dejarse enamorar por el primer fantasma que asoma bajo la falda.....
P.D. Todo puede ser un juego o totalmente lo contrario, depende del nivel de lectura, de ahí la importancias de manejarse bien en muchos registros. Esta mañana en una conversación aparentemente trivial, una persona que se reconocía afin al opus dei confesaba sentirse afortunada por el reciente fallecimiento de su hijo con estas palabras: "...por fin he colocado a uno". Confieso, totalmente confundida, que intelectualmente aún no he conseguido dar curso una reflexión desapasionada de esta frase. Y dejo de confesarme, porque ya me está picando todo. 

1 comentario:

H dijo...

Entre secta e enfermedade mental, esas foron as miñas conclusións tras ver o vídeo.
Sentín moita pena por elas, a manipulación sempre florece en almas fráxiles.
Bicos,
H