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Inédita supervivencia
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©Ana Bande. |
Bob, amigo, he leído la reseña de tu inédito. No es nada fácil escribir sobre algo tan absolutamente límite como lo que he tenido entre las manos. Aquí está la vida hecha palabra, y la muerte, por supuesto, y los espacios intermedios. De la vida se puede hablar mucho y de tantas, tantas maneras; con mucho o poco arte; con conocimiento o con petulancia; con competencia o con complejo; se la puede mirar, a la vida, desde los intersticios de incontables e infinitas hojas de infinitos bosques, y la vida siempre es la misma. De la muerte, al no poder ser concebida de otra forma que como su exacto opuesto, como una no existencia, es, para los que estamos condenados a vivir en coordenadas espacio-temporales ad aeternan, simplemente eso, la negación, la ausencia de forma. Los espacios intermedios, los estados de paso, las fronteras entre lo uno y lo otro, son las topografías por las que viajas y desde donde nos hablas. No habrías entrado en esa zona inexistente por voluntad propia, digamos que te has desconectado por azar, y eso te ha llevado al otro lado. Eres como un viajante que ha llegado de un lugar al que no fue, pero casi, un lugar insólito del que no queremos saber nada y del que si se vuelve uno lo hace también de una forma totalmente imprevista. Nos hablas, Bob, de un mundo que no conocemos, así que tienes que tener paciencia si no te entendemos a la primera. En una de tus mil vidas has sido un brillante profesor, de eso no cabe duda. Tu texto tiene esa irrefrenable pulsión de conocimiento, que atrae tanto por el placer que otorga la fertilidad que le procura su contacto a un ánima curiosa como la tuya, como por el gusto que se experimenta al tratarlo como pura materia creadora con la que dar forma a una obra, a un discurso. Que esto no lo haces por el mero afán de terapia no sólo lo intuiría por haberte conocido. El egoísmo no está entre tus pulsiones de vida. Escribir un texto como terapia no le convierte a uno en creador, lo mismo que actuar en una obra de teatro no convierte a una persona en excelente intérprete. No sé, además, si puede considerarse buena terapia un continuado esfuerzo por recrear un proceso doloroso. Perdona todo este exordio, porque creo que sólo te interesa lo que yo pueda decirte como lectora neutra y medianamente advertida, en esto de lo literario. Pero este texto tuyo me incumbe más de lo normal; soy una lectora cuando menos, un poco privilegiada puesto que puedo poner nombre a hechos, razones, personas, crímenes y romances que sólo se tocan por encima, porque aquí lo necesario es dejar hablar al autor, narrador, o a la vida que lucha por reexistir. No interesa salirse a las ramas de la vida cuando hay que asegurarse una mínima raíz que le sujete a uno a la existencia. Pero que hay ramas está muy claro, aunque sólo las dejes apuntadas con una pincelada delicada; son ramas que pueden ser pesadas y poner en peligro de muerte, otra vez, delicados equilibrios sólo recuperados con años de trabajo y sufrimiento, por eso está bien que queden así, dibujadas someramente. Has hecho bien en eso, y en no ponerles nombres también. Cada uno que se cubra con sus harapos, ya tiene uno bastante con su propia desnudez. Me vengo para este lado, y desde aquí te hablaría de la oportunidad de un texto como el tuyo en un momento en que la autoficción es una etiqueta que está rotulando decenas de obras mucho menos rigurosas, signifique lo que signifique eso de autoficción y si tiene algo de sentido más allá de lo comercial. En este sentido, Bob tendría que tener una buena acogida, aunque no te fies de mi criterio, yo puedo perfectamente ser ya un fantasma en este mundo de lo digitalmente desemocionado. Me gustó saber de ti porque fuiste una revolución en tiempos postrevolucionarios. Fuiste sólido en una superficie fangosa que se resiste a cargar con el peso de los principios. Se resisten a tu memoria porque recuerdas mucho a lo animado en un panorama de cartón piedra que no respira ni con tubos, así que tu exilio es tu vida y la de todos los que luchan anónimamente por volver a la posición correcta, aunque sea con el cuerpo del revés.
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