miércoles, noviembre 20, 2019

mientras dure la guerra, Amenábar

Mireia Rei, actriz que interpreta a Carmen Polo
en Mientras dure la guerra, de A. Amenábar.
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Mientras dure la guerra es un buen ejemplo del atraso en que permanece anclada la sociedad española y por extensión su cine. No he leído críticas, me han comentado que son todas buenas, y estas palabras mías, si fuesen leídas como una crítica, también serían para aplaudir la película; y no, no es contradictorio esto que digo, porque aludir al anacronismo de algo no tiene que ver con el reconocimiento de su calidad. Mientras dure la guerra es un documento que debió elaborarse hace al menos veinte años. ¿Por qué no se hizo?, tendríamos que hablar de un repertorio de sinrazones que iluminarían no sólo la procastinación innata de nuestro cine, por lo menos en lo que a la valentía de su discurso se refiere, sino que arrojaría mucha luz sobre la persistente actitud en el mantenimiento de un tabú que impide a toda una sociedad si no a matar al padre, sí a reconocer la maldita suerte de haberlo padecido. De modo que, como ciudadana perteneciente a esta sociedad voluntariamente ciega, sorda y alexitímica, no estoy en las mejores condiciones de hacer un análisis objetivo. Tengo que imaginarme como ciudadana armenia, sajona o griega para apreciar esta película como se merece. Desde esta posición extraña -pero irrenunciable para hacer una observación fiable- reconozco no sólo una calidad extraordinaria de actores y actrices, sino un sutil e inteligente tratamiento de un asunto tan espinoso históricamente como fue -en general todo el período histórico posterior a la guerra civil- el enfrentamiento Unamuno/Millán Astray. Los detectores de errores históricos no tienen mucho trabajo que hacer, a pesar de tratarse de uno de los episodios más problemáticos y sujetos a las interpretaciones más extemporáneas de nuestra historia. El peligro de caer en el esquematismo de determinados personajes en determinadas escenas se diluye en la siguiente, porque aún manteniendo la gruesa línea del dibujo que caracteriza a figuras tan caricaturizadas como las de Franco o Carmen Polo, somos perfectamente capaces de reconocer un respeto a sus personalidades, lo cual me resulta tan increíble como loable, teniendo en cuenta lo fácil que resulta despeñarse por la siempre efectiva pendiente de lo cómico.  

(...)

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