¿de que te sorprendes?. Qué inquietante
pregunta. Siempre me produce una sensación de profunda desazón porque me la
encuentro siempre, la pregunta, en boca de seres queridos que seguramente
quieren ahorrarme unos minutos de cabreo e indignación. Siempre me sorprendo. Y
ustedes también, no lo nieguen. Además no hacerlo o supone ninguna ventaja, ni
siquiera es una actitud que les relaje frente a tanta humillación como nos
escupe la prensa diaria. No sorprenderse, digo siempre para que me permitan
indignarme a gusto, sería morir. Y eso nunca, al menos por ahora. Sorprenderse,
asustarse incluso, es un síntoma de una disfunción. Hacer caso omiso, disimular
que no se ha oído nada, autoconvencerse de que todo es normal sólo contribuye
al agravamiento del problema. Cuando el ensordecimiento es general el peligro
adquiere proporciones que pueden ser inabordables. Las soluciones pospuestas no
existen, lo único que cabrá hacer será una extirpación dolorosa con un
postoperatorio largo y penoso. La corrupción, como su propio nombre indica, es
irreversible. No hay cura para un órgano corrupto. Vean el magnifico ejemplo de
la iglesia. Esta institución milenaria ha conseguido disimular el pecado propio en la redención ajena y el poder secular no se demoró en copiar unas prácticas
tan exitosas. Las prótesis todavía están en fase beta y los índices de rechazo
desaconsejan experimentos poco consolidados. Únicamente un cuerpo social
altamente sensibilizado con las debilidades de la democracia pueden salvar el
modelo teóricamente más inocuo de organización social y política. Pero nuestro
país no ha sido nunha un ejemplo de sociedad éticamente comprometida con la
defensa de principios de poco valor de cambio. Preguntarnos por nuestro atraso
cultural es condicion sine qua non para afrontar con un mínimo de eficacia el
drástico cambio que exige la supervivencia de moribundo pacto social.
Cuestionar a la clase política debe dejar de ser una ridícula pose de ciudadano
pretendidamente informado para concretarse en acciones que aunque ya parecen revolucionarias,
deberían ser parte de nuestra rutina diaria. Exigir transparencia, respeto y
legalidad, como mínimo, en nuestras relaciones diarias con lo público y con lo
privado es sólo un pequeño requisito para considerarnos ciudadanos activos y
responsables y por lo tanto protagonistas de ese acuerdo por el cual delegamos
parte de nuestro poder en un órgano colegiado, sólo por la sencilla razón de
que es imposible oir nada si sesenta millones de ciudadanos hablamos a la vez.
Cuando dejamos que la sencilla lógica de la vida diaria se transforme en
laberintos jurídicos de contratos y requisitos que funcionan incluso sin
nuestro consentimiento estamos poniendo los cimientos para la locura autoritaria de
la que ya tendríamos que estar prevenidos, sobre todo en nuestro solar
ibérico. Una transición de la que
presumió sólo el que conocía las ventajosas condiciones que se obtuvieron con
un apretón de manos tan acelerado como vacio pudo ser un período de incubación
de una nueva generación con la mente despejada. No lo fue, al menos en la medida que requería una imprescindible regeneración política. Los silencios clamorosos no
escondían una paz social que era la envidia de países alienados con populismos
y gobienos corruptos; eran el escondite de los franquistas de última generación,
la guarida desde la que iban a vigilar de cerca al progresismo recién
excarcelado. Los años del blanco y negro se sustituyeron por un colorido
extravagante en el que afloraron experiencias sociales, culturales y políticas
que, de repente y aparentemente, nos refrescaban la cara luego de una
cuarentena de fiebre servil. Este fue el contexto en el que se generaron
nuestros gestores de la cosa pública. Aquellos silencios amenazan hoy con tomar
las plazas pero lo malo es que ya nadie recuerda lo que es una revolución, a
pesar de que el vecino de abajo pueda exhibir con orgullos las marcas de los
cigarrillos que algunos grises apagaron en la planta de sus pies. El olvido no
es el problema. Es una estrategia de desmovilización social, aparte de una exitosa tendencia de
gran utilidad para la financiación de trabajos de investigación en estudios de
humanidades que parecen haberse pasado a lo “vintage”. Lo cierto
es que de un día para otro pusimos la radio y sonó la música de Tendido Cero.
El telediario nos sorprendió también ese día, hace menos de un año, con
personajes que se movían igual que los siniestros actores del N.O.D.O. Dudamos de nuestra
capacidad de ver en color cuando algún ministro de un ramo informaba de los
progresos de una economía que decían acababan de rescatar de unos delincuentes
a los que afortunadamente el turnismo había dejado fuera del maquiavélico juego
de lo bipartito. El primer sábado de ese período de reperplejidad onerosa
comprobamos que en el quiosco del barrio no quedaba ningún periódico en lengua
vernácula. Los informativos internacionales mostraban a dirigentes ebrios
vanagloriándose de glorias sexuales desde las tribunas de sus parlamentos y
creímos que nuestra caspa era brillante confeti de glamur, de ese carísimo que
ahora sale en facturas de ministras de sonrisa etrusca. Los despistes de la
clase política son un elemento estructural del sistema, tendríamos que estar
acostumbrados a ellos y no tendrían que ser ninguna amenaza para la
tranquilidad social si fuesemos un cuerpo social advertido y vigilante; pero
hemos dejado la puerta de la representatividad abierta y se ha producido una
avalancha de tal magnitud que amenaza incluso con despertar al dinosaurio.
3 comentarios:
Paco E.
dijo...
Teño unhas ganas enormisísimas de que estoure todo dunha puta vez. O que ten que vir que pase xa. Paco E.
Sr. Detective... O que ten que vir e algo distinto ao que estamos a sofrir hoxe en día. Non fai falta ser ningún lince para decatarse que o sistema actual xa non da máis de si, está esgotado; despois de tantísimo tempo non solucionou as necesidades e os problemas do xénero humán; precisamente aproveitouse del para oprimilo e exprimilo debidamente e sería dunha grandísima temeridade intentar reparalo, porque o único que se conseguiría sería dilatar, cada vez con máis carencias e máis dor, a nosa agonía. Paco E.
3 comentarios:
Teño unhas ganas enormisísimas de que estoure todo dunha puta vez. O que ten que vir que pase xa.
Paco E.
Pois que queres que che diga, Ana, que está mui ben dito o que dis e que rebosa lucidez.
Paco E., que é "o que ten que vir", segundo ti?
Sr. Detective...
O que ten que vir e algo distinto ao que estamos a sofrir hoxe en día. Non fai falta ser ningún lince para decatarse que o sistema actual xa non da máis de si, está esgotado; despois de tantísimo tempo non solucionou as necesidades e os problemas do xénero humán; precisamente aproveitouse del para oprimilo e exprimilo debidamente e sería dunha grandísima temeridade intentar reparalo, porque o único que se conseguiría sería dilatar, cada vez con máis carencias e máis dor, a nosa agonía.
Paco E.
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