William Blake |
Mi tristeza me da muchas alegrías, es por puro egoísmo que no quiero compartirla, la necesito toda para mí. Como mucho me brindo a aconsejar a algún despistado defensor del optimismo a ultranza de las ventajas del sufrimiento. Cada uno ha de trabajarse su desesperación si quiere rentabilizar los sinsabores de su prescindibilidad. No es fácil enfrentarse con absoluta cobardía al fracaso, al desprecio, y mucho menos a los engaños de un éxito fugaz. Mi tristeza me cuesta lo mío. La pago cada día en divisas cuyo valor de referencia es un patrón intangible. Para entendernos, es un producto de altísimo riesgo que sólo interesa a espíritus aventureros, extremadamente inseguros y por ello dispuestos a asumir las consecuencias de derrotas estratégicamente programadas. Mi tristeza me pertenece en exclusiva, es el caldo en el que cultivo mis infinitos proyectos imposibles, los que dan sentido a mi existencia. Cuando se juega con un límite tan absurdamente insignificante en sus coordenadas espacio-temporales hay que extraer el máximo partido a lo efímero. Digamos que hay que encontrar el equilibrio entre la valentía para emprender lo imposible y la cobardía para abandonar la seguridad de una meta. Con la tristeza me construyo una habitación propia poblada por personajes tan irreales como todos los seres imprescindibles para mi afanándose por diseñar escenarios oníricos que se desvanecen en cuanto suenan las campanas de la irrefrenable realidad. Llorar, desesperarme, encontrarme de repente con el final del bucle me hace crecer a un ritmo inhumano, por eso aliento el absurdo, la contradicción y busco desesperadamente una bifurcación en que perderme. Todo con tal de no ver sucumbir al efecto óptico de ver las cosas con la vulgar nitidez de la racionalidad impostada. No es fácil, lo reconozco, no ver en ello una actitud autoflagelante o incluso masoquista. Pero la cosa no va por ahí. Los que escudriñaron en el inconsciente durante décadas acabaron diseñando teorías que pueden consolar a unos pocos atrevidos que se arriesgan a inmersiones terapéuticas que como mucho les liberan de unos cuantos interrogantes a costa de vaciarles el bolsillo. La cuestión es otra. Mucho más simple. Podría servir la palabra reconciliación, si por supuesto la liberamos de todos los sesgos religiosos. ¿pero quien puede a estas alturas del progreso liberar a las palabras de todos los aditivos acumulados tras tantas cincunvoluciones culturales? Puede ayudar mucho, si no se quiere sucumbir en una lucha absurda, liberarse de las palabras. Que no es fácil, incluso que es imposible ya lo demuestra este miserable intento de materializar con signos lo imposible. Pero ¿veis? es precisamente uno de esos proyectos imposibles pero imprescindibles de los que os hablé. Pero afronto con cobardía la seguridad de una meta: no ser comprendida en absoluto.
3 comentarios:
é melhor ser alegre que ser triste..... mas o samba é o que tem, e o seu é muito bom
A modinho coa tristura... disque é adictiva!
Publicar un comentario