miércoles, agosto 01, 2018

Ella. Un cuento

Para Ana y Jose  
El Pedrón, 15 de julio de 2018.  

A mi peluquera, porque mientras me guapea me pone a  Richard Ashcroft, PJ Harvey, Nina Simone, Bedouine, Loudon Wainwrigh, Iggy Pop
Ray Charles, Josele Santiago, Sweet Emma, Janis Joplin, Raphael&Tom Jones, Ella&Louis, Ed Sheeran, Sinead O´Connor., Tracy Chapman...y para mi que en la próxima me pondrá "Into my Arms" o Joss Stone. o cualquier otra maravilla.
  
Digujo © Aser
ELLA 
La conocí cuando buscaba una casa para alquilar en mis vacaciones veraniegas. A decir verdad, fue ella la que me conoció a mí al abordarme sin yo percibirlo con su impredecible figura, a todas luces ingente para lo que se esperaría de una dama de formas tan elegantes.   Si me hubiesen advertido de su presencia no habría sucumbido tan inocentemente al miedo que me produjo su impetuosa bienvenida.  Convivimos en desequilibrada vecindad no más de una semana en aquella primera ocasión, pues se mostraba igual de esquiva cada día, nada más intuir mi presencia. Yo procuraba entonces, inocentemente, cambiar de perfume, de ademanes incluso, intentando despistarla, que me tomara por cualquier otro. No hubo forma. Llegué a sospechar que intuía mi intención de pasar delante del cuidado césped en donde solía pasar la mayor parte del tiempo en aquellos soleados días de junio, pues invariablemente, a diario, se repetía el ritual de aquel casi abalanzarse sobre mí simplemente para saludarme. 

Pero era un saludo como de terminante advertencia y me producía la misma sensación de esos rótulos que representan calaveras en los postes de alta tensión. Eran sus recibimientos como un no rotundo, a pesar de la inexistencia de ninguna solicitud  previa.  A esas alturas no me atrevía yo a pensar en proponerle nada, pese a su insobornable y arrebatadora presencia. Yo confiaba los primeros días, que aquella semana fuese una especie de pretemporada de alguna relación más sólida. Pregunté por sus gustos, por si me fuera posible acercarme a ella por la vía de un regalo irresistible, o sea, del soborno.  Damián, el propietario de la casa con el que vivía, me advirtió que los dulces los tenía prohibidos por cierta delicadeza en uno de sus órganos internos. No había muchas más posibilidades. Las prendas de vestir y las joyas no venían al caso, eso era evidente. Podría comprarle una tumbona de colores vivos que realzase todavía más su brillante y rebelde melena negra, pero algo me decía que no debía atreverme a introducir en su espacio ningún objeto que no fuese de su propia elección, y desde luego no podía ni remotamente pensar en que me acompañase una tarde a la concurrida calle del mercado local que se organizaba diariamente en la ciudad cercana a su casa. 

De modo que aquella semana se esfumó, antes incluso de que se me ocurriese la forma de abordarla sin que peligrase mi dignidad.  Siempre me sorprendió la prevención que ante mi presencia adoptaban las señoras, pero esta vez era algo distinto, porque ella, invariablemente, accionaba su peculiar dispositivo de alarma antinuclear nada más poner yo un pie dentro de su territorio.  Me fui desolado. La rutina de la vida ordinaria me arrebató, y sin rechistar volví a mi casa y me vi de nuevo cabalgando sobre la realidad sin que mi voluntad se hiciese siquiera con una baza del absurdo juego de mi vida en los meses que siguieron y precedieron a su presencia. No hubo cartas ni llamadas, ni siquiera encuentros casuales que renovasen su recuerdo, pero ¿cómo olvidar aquel perfume animal, aquel desparpajo como de Lolita con el que me recibía cada mañana?  Resolví, como es lógico, alquilar la misma casa al año siguiente, y para no sucumbir al desencanto de su ausencia me construí una idea de ella. que hiciese inocuo el período de entreguerras que forzosamente se introducía en el calendario.  

Tenía por delante meses de trabajo en la agencia en donde trabajaba subtitulando películas para un sello independiente que producía, documentales, videoarte y series para televisión de autoría femenina. Así que me propuse que ella fuese el alma de las protagonistas a las que yo tenía que traducir. Durante todo el invierno ella fue todas las mujeres imaginadas por escritoras, directoras, coreógrafas, compositoras, guionistas o videoartistas autoras de uno de aquellos audiovisuales.  Ella fue Olga, la amante vitalicia de Florianne en la serie No Woman s Land, una especie de biopic de Gertrude Stein y Alice Toklas. Fue también Lorna, la gatita pitagórica que componía inocentemente exquisitas piezas musicales que se atribuía luego su dueña, Milena Berveroba, una compositora y filósofa francesa, de ascendencia rusa. En los ojos de Lorna no tardó en aparecérseme aquella mirada sesgada y desafiante. A punto estuve de subtitular aquellas miradas, puesto que en descifralas para que dijesen lo que yo quería, invertí muchísimas más horas que en todos los demás personajes.  Ella fue incluso una roca que apareció fugazmente en una escena de Blessing in Disguise, una serie de únicamete cuatro capítulos sobre las complicadas relaciones de pareja entre personas emocionalmente disfuncionales. Quien sabe cuántas veces usé el botón de detener la imagen solamente porque aquella formación rocosa, a contraluz, en una playa del sur de Galicia era, a mis ojos la exacta reproducción su silueta. 

El mes de junio apareció por fin de nuevo en mi agenda y a falta de una semana para iniciar mi descanso recibí una llamada de Damián para confirmar las fechas de mi estancia.  Mientras hablábamos, podía escucharla levemente. Yo trataba de prolongar la conversación improvisando dudas sólo por el placer de disfrutar de aquel timbre que por vez primera no resultaba amenazador. Pero a medida que la conversación se iba alargando también aumentaba el tono de aquellos jadeos de fondo y ahora podía visualizarla de nuevo como la recordaba, con aquella exhibicionista agresividad con la que me recibía cada día. ¿intuiría que era yo el que estaba al aparato? Aquellos movimientos delataban un estado de excitación puesto que mi interlocutor se disculpó un momento para reconvenirla. Oí como le suplicaba que se calmase animándola a permanecer recostada. No pude evitar preguntarle por su estado. 

Si, está bien, es caprichosa e imprevisible, ya la conoces. Pero gracias a un excelente veterinario que le administró un nuevo tratamiento ya totalmente recuperada. Además ahora disfruta de buena compañía, Toxo, ya le conocerás, un pequeño terranova que acaba de desembarcar hace un par de días.   

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