Un día gris y lluvioso de verano a última hora, luego de haberse infligido cien páginas de este vertiginoso viaje al fondo de la noche no es el mejor contexto para escribir algo inocuo. La lectura de este despiadado laberinto me sugiere infinidad de reflexiones. Desde luego tengo que hacer un enorme esfuerzo para que los pensamientos amables o tan siquiera neutros puedan sacar la cabeza de entre el enorme cenagal de renuncias y amargura en que Céline ha convertido este paseo a través del infierno que ha literaturizado tan magistralmente en su forma como criminalmente en su contenido. No he visto otros escritos de F.C., pero reconozco que me ha sido imposible no hurgar un poco en su biografía. Nunha me había enfrentado a textos literarios –aunque habría que decir en realidad, con individuos- tan desesperadamente empeñados en resaltar el desprecio que le merece el género humano y consecuentemente el mundo que le rodea. Quería “verle la cara” a este hombre que logra emplear los recursos literarios como si fuesen una munición de un calibre ajustadísimo a la eficacia de cada blanco. La esponteneidad y riqueza del lenguaje popular han sido destacadas por todos los que han escrito sobre su escritura. A mi, esta exagerada concentración en la construcción del discurso me recuerda más a un criminal obsesivo que a un intelectual quizás un poco enajenado por el vicio de la rigurosidad estilística. Céline me lo aclara, además. Asegura que dos mil páginas páginas definitivas son el selecto néctar que extrae luego de escribir antes unas ochenta mil. Me gustaría conocer la opinión de Freud sobre esta personalidad tan enrevesadamente compleja. Y no es la finalidad estética o la irrenunciable voluntad de perfección que podrían afectar a otros obsesos del lenguaje. Estoy pensando en Rilke. No. A Cèline e interesa provocar, más aún, herir y marcar al lector. No son simples rasguños los que sanciona con cada punto y seguido. Son auténticas heridas de guerra. Más o menos como Hanecke en el cine. Habría que ser de caucho, como su personaje, para no salir muy tocado de esta lectura. Pero, como digo, por debajo de esta obsesión suya, que de antemano digo que agradezco por lo que tiene de perfección formal, por debajo hay un ser obsesivamente preocupado por el mal. Viaje al fin de la noche, incluso más que un extraordinario trabajo literario es un interesantísimo documento psicológico. Sería fenomenal un estudio o tesis interdisciplinar que tomase como base esta obra puesto que junto con los indiscutibles valores literarios que contiene aporta un interesante conjunto de pistas sobre la psicología de un individuo que puede ejemplificar magníficamente esas contradicciones que pueden afectar al género humano hasta convertirlo en un ser tan indescifrablemente cruel como comprobamos tristemente cada día. Hay lecturas que pueden ser tan dolorosamente eficientes y productivas para nuestra salud mental como este viaje que nos propone F.C. ¿nos reconocemos en estos individuos sórdidamente retratados por un autor al que preferimos tachar de loco que de valiente? Si acudo a los profesionales que viven del juego de la realidad con la ficción me tengo que desconsolar con la irrefutabilidad de Vargas Llosa que reconoce que malgré tout a individuos como este, a F.C., me refiero- hay que dejarlos no sólo pasar sino subir a lo más alto del podio. Porque por despreciables habría que eliminar del Olimpo a Quevedo, a Shakespeare y a casi todos. Ahora bien, a mi me queda un consuelo. Cuando hablamos de mal extremo siempre nos movemos en un entorno inconfundibemente masculino. Esto es así, para mal, por supuesto. Entonces pienso que no todo está perdido y que en ese eje cronológico que nos gusta dibujar habrá, a escasos centímetros a la derecha, un segmento coloreado del que partirán innumerables flechas que señalan las revoluciones que originaron una civilización completamente original. Es sólo una maldita ilusión, por supuesto.
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4 comentarios:
O mal extremo non creo que sexa exclusivo do xénero masculino; o de facer del causa de fachenda non estou tan segura...
Acerca deste tema lembrei, cando lía o post, á Elizabeth Costello de Coetze, que opinaba que non podía ser bo para a saúde mental e social respirar tan de cerca os gases sulfurosos que algúns escritos desprenden con tanta eficacia. Este texto, desde logo, debería estar nesa categoría.
ana, wellcomeback to machine!
Céline, un mais na miña lista de non-lidos. Mira que é longa...
Coetzee tamén pon en boca de Costello: "Basta con que os libros nos ensinen algo de nós mesmos. Calquera lector debería contentarse con iso. Ou case calquera lector"
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