Es Updike con tacones altos; no se la pierdan. Esto es lo que dice Melissa Katsoulis en The Thelegraph. No sé muy bien lo que quiere decir la tal Katsoulis, pero presiento que es casi una ventaja desconocer lo que ha querido o no ha sabido expresar. He conseguido dar cuenta de estas casi cuatrocientas páginas de elegía americana sin la sensación de haber perdido de todo el tiempo. Tampoco hay que hacer de la lectura una búsqueda continua de tesoros. Una crítica profesional, es decir, retribuída, tendría, y podría, aportar un amplio abanico de argumentos a favor de este artefacto literario. Comenzaría por alabar la extraordinaria labor de documentación -que la propia autora se encarga de recordar minuciosa y un poco descaradamente en la página de agradecimientos- y trabajo previo que hacen posible la construcción de un relato en el que queda claro el interés por el empleo del psicoanálisis y de las ciencias del espíritu a la hora de vertebrar una historia. Y ello a pesar de que no corre el aire a favor de estas prácticas, precisamente en los Estados Unidos, en donde ya desde hace tiempo, el psicoanálisis ha perdido vigencia por lo menos en su vertiente terapéutica. Pero ya conocemos la debilidad de los intelectuales made in Usa por todo lo que tenga que ver con el diván y con los traumas sin resolver. Pues bien, esta es una más, podríamos decir, y sin que tenga porque sonar despectivo. Las películas de Woody Allen, la mayoría, son también una más de lo mismo y siguen siendo imprescindibles, por mucho que rematemos a Freud. Esto de la extraordinaria labor de documentación es, además lo que suele decirse cuando la obra carece de lo fundamental en la buena literatura ¿o no? es unha forma muy diplomática de decir si pero no. Pues eso, que como no soy ni crítica profesional ni aficionada y si, sin que me pese reconocerlo, una buscadora de tesoros, os diré lo que no me gusta de esta elegía. Tengo ciertos prejuicios con los temas repetitivos de las narrativas un poco countries. Me explico. Me sobra un poco la reflexión sobre la investigación de los traumas en los árboles genealógicos o en la idiosincrasia de los pueblos. Creo que literaria y vitalmente es mucho más positivo el autoanálisis con cronologías mucho menos ancestrales. La mayoría de nuestros conflictos sin resolver me temo mucho que tienen más que ver con nuestras capacidades o incapacidades para la resolución de conflictos que con las herencias de un modelo tradicional de organización familiar o con el puritanismo o fundamentalismo religioso de nuestros abuelos. Y aquí, en esta elegía, lo que hay es un continuo indagar en la idiosincrasia de los antepasados, con los que los personajes parece que están en una continua deuda que no les deja hacerse protagonistas de su propia vida. Erik, el buen hombre, el psicoanalista que todo lo comprende y que no ha roto el cordón umbilical con su padre, se erige en el narrador de un coro en el que los lazos familiares ahogan de tanta afectividad, a mi modo de ver, un tanto impostada. No creo que el americano medio se identifique fácilmente con la problemática un tanto snob que ocupa a un conglomerado familiar de escritores de éxito, psicoanalistas, artistas provocadores e hijos resabiados. Quizá por ello la autora, deliberadamente, utilice ese elemento folk tan eficaz, los diarios de su padre. A través de esas historias reales -la autora asegura que ha utilizado los escritos de su padre recientemente fallecido- se consigue sin mucho esfuerzo recrear un ambiente archiconocido. No en vano somos consumidores entusiastas desde hace décadas de productos culturales de origen norteamericano. A través de esos párrafos, tipográficamente destacados, desfilan ante nosotros esos arquetipos culturales tan bien conocidos y yo diría que protegidos por los americanos, sobre todo el afán emprendedor que, sobre una base religiosa marcada por un puritanismo de catecismo, ha servido de catalizador para aunar a una población que carece del principio que marca en todo el mundo la solidaridad de un pueblo: el origen común. Desde luego, también creo que todo lo que escribimos es autobiográfico. Y desde este punto de vista, el origen noruego de la autora se refleja, desde el comienzo como un conflicto con consecuencias desasosegantes en su vida y de ellas, como tantas otras veces, se nutre el relato, en casos como este, explicitamente además. Sería arriesgado decir que tampoco son difíciles de descubrir en la trama las preocupaciones existenciales de la autora o de su entorno. ¿no es la propia Husvedt la mujer de un escritor famoso la que siente una necesidad de justificar su trabajo a través del personaje de Inga? Esta tentadora posibilidad interpretativa va en detrimento de la novela, sin duda, pero no por el hecho en sí, sino por la falta de un arropamiento literario que haga mucho más consistente la trama. Son muchas páginas de autoanálisis sin que los elementos de intriga o de atracción puramente estética resuelvan el relato a su favor.
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