Hay libros con los que no conviene acostarse. A menos que se quiera tener sueños tan absurdos como la anodina rutina diaria de un día cualquiera. Este es un libro para mentes de largo recorrido; mentes de esas que van y vuelven y vuelven a ir y venir sin cansarse nunca, porque el viaje siempre es distinto, siempre es otro viaje. Es un libro para incómodos, para libertas manumitidas y esclavos de corazón. Es decir, para seres que ansían lo inexistente, lo que queda justo en la linea de punto, raya, punto, raya, que divide países o cuerpos, que es lo mismo. Beatriz se hizo su cuerpo, y por tanto su texto. Un texto errático que tiene uñas que se vuelven garras, y se vuelven ángeles, y se vuelven mentes en blanco y mentes ocupadas. Lo más exacto sería decir que este libro es la pura necesidad materializada en una filósofo oráculo que puede que se equivoque en cada frase, pero son las suyas palabras que se forjaron con el ímpetu de lo orgánico. Paul es irresitible, como todo lo inalcanzable, porque sabemos que jamás lo poseeremos. Nunca tendremos el valor de desalojarnos de nosotras mismos ni de abrirnos de par en par para construir ese gran angular desde el que Beatriz P. nos muestra el foco que deslumbra la mirada de un mundo aturdido e insensiblemente relegado a la luz o a la sombra (ambas deslumbran por igual) de la única posición interesante, que es la línea que las separa, la línea que nunca supo dibujar ni la mano más diestra de la pintura. Somos lugares ocupados, desde los que podemos ser desalojados en cualquier momento, y por ello actuamos. Ayer mismo, la jornada electoral se debatió entre decenas de miedos a ser desalojados y deshauciadas. Triunfó el miedo al hombre del saco pero no como miedo creativo y dispuesto a ser una fuerza reafirmatoria de razón alguna. No. Fue miedo al hombre del saco porque es el hombre de siempre, el que se pinta con la misma mueca aburrida y siniestra del joker. Beatriz P. y Paul B. se desalojan a si mismos y en ese desalojarse van contándonos los cambios de luz pero identificando el puño que sostiene la linterna. No hay que acostarse con Paul ni con Beatriz, porque observar esa mano puede hacer que tengamos que repensar mucho. Por ejemplo, si la violacion es un acto personal o institucional, por poner un ejemplo. Si pudiera leerte Paul en clave de humor, apuraría la copa.
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