Después de ver esta fantástica película no sé si cuestionarme la identidad de Peter Sellers o la de Geoffrey Rush el fantástico y oscarizado actor que le presta toda su integridad física y profesional en esta interesantísima producción. De lo que sí estoy segura mientras veo desfilar por la pantalla los últimos títulos de crédito es que esta película es un tributo a la profesión del actor. Peter Seller se pasó la vida escapando de sí mismo, quizás porque se tropezó demasiadas veces ante una imagen absurdamente real en su espejo. Su propensión a las drogas, a las sectas, y a las pulsiones violentas hacían de él, seguramente, una persona inaguantable para si misma. Se adivina y se comprende que desde muy joven aceptase esconderse detrás de una serie casi infinita de personajes a cada cual más extraño. Un filón para directores que como Kubrick buscaban a esos genios capaces de traspasar la frontera de lo interpretable. Con el señor Sellers, sobre todo despues de haber visto la formidable Being There, una no puede arriesgarse a una admiración condicionada por las circunstancias que rodearon la vida del actor que le prestó un cuerpo a Mr. Chance. Hay que rendirse a la excelencia con generosidad, así, sin más, como lo haríamos frente a una novela de Dostoiesvski, a una composición de Beethoven o a una reflexión de Montaigne. Lo sublime, en una obra artística implica una entrega sin condiciones al dominio de la técnica que suele corresponderse con una vida atormentada producto de las renuncias y las decisiones que el creador tiene que asumir cuando su vida necesariamente se tiene que subordinar al dominio de las pasiones. En el caso de esta película, el hecho de que lo que haya que representar sea precisamente a un actor como P.S. supone un ejercicio que de entrada se me antoja complicadísimo teniendo en cuenta la desbordante capacidad de transmutacion del multifacético actor. La solvencia con que lo hace G.R. nos reconcilia con el arte en mayúsculas en materia e representación y de alguna manera nos acaban por parecer mediocres absolutamente todas las películas vistas en el último año si las juzgamos sólo desde el punto de vista interpretativo. Que el gran cine haya descuidado desde hace décadas precisamente este aspecto fue, creo, la primera piedra de la lápida de una muerte lenta que nos hace volver irremediablemente a los clásicos. Afortunadamente, abundan las excepciones, tampoco nos pongamos trágicos, y son muchos los trabajos que disfrutamos si acudimos a unos cuant@s grandes que no se dejaron cegar por los fuegos artificales y a tod@s los que deber dejarse etiquetar con el rótulo de independientes.
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