lunes, diciembre 05, 2011

QUADERNO VENEZIANO VI


...así que procuro esconderme entre las octogenarias que en sillas de ruedas disfrutan de una fresca tarde de verano en el Campo de San Giacomo dall´Orio lejos, muy lejos, por lo menos a dos calles de la riada low cost para aspirar el aire veneciano que me sabe a humedad verde. Mi cámara me delata, pero los ojos de estas ancianas venerabilísimas sólo tardan escasos segundos en perdonármelo. O eso deduzco de su sonrisa tan repentina que me sorpende como si uno de los tetrarcas de repente me hiciese un guiño o me pasase un brazo por encima del hombro. Sabía que a pocos metros me encontraría con este entorno de normalidad, de gentes que viven su vida al margen del espectáculo. Pienso lo difícil que debe resultar hacerse con una rutina de una vida tranquila en medio de este tiovivo que no deja de girar y girar al son de dos consignas y dos tópicos que han secuestrado algunas notas del genial Vivaldi.




Soy propensa a una compasión bastante irracional, por eso quizá siento más lástima que envidia con respecto a los ciudadanos de esta incomprensible ciudad. Siempre sorteando obstáculos, con sus carros de la compra, empujando a sus familiares en sillas de ruedas en un entorno limitadísimo, quizás menos de veinte metros, el confín lo marcan unas escalinatas o un puente, o un callejón que da al agua.




Una hora de vaporetto hasta Rialto entre los sudores de inquietos visitantes que te empujan y todo para tener que regresar con el carro lleno a tu casa -que fotografían cada día más de cien veces- sin ascensor y sin las comodidades que ni sospechan –menos mal- que disfrutan estos molestos parásitos que atascan el portal diariamente. Hay demasiadas guías de Venecia. Todos nos sentimos tentados a confeccionar la nuestra una vez que hemos estado allí. Es la mejor manera de acabar con el encanto que tiene una ciudad. Describirla, trazar rutas para dos días, para una semana, hacer una lista de lugares imprescindibles. Por eso no voy a hablaros de los lugares más encantadores y desconocidos de los que he disfrutado. Porque me los he encontrado sin saber que existían. Si, es posible, por eso no os desvelo mi secreto, para que tengáis el placer de descubrir el vuestro, que será diferente y os encantará. Por eso no quiero que me lo conteis tampoco. De modo que, aunque os resulten reveladoras algunas páginas atractivas, no renunciéis a hurgar con respeto en los rincones de los lugares más reales de esta ciudad que nos presentan como de cartón piedra. No he visto mucho mundo pero dudo que haya otra ciudad en él donde en tan poco espacio haya tanto que admirar. Por eso me dan lástima –ya he advertido de mi propensión a este sentimiento deplorable y autocomplaciente- estos turistas ocasionales que volverán con dos mil fotos de un lugar en el que no han estado. Unas horas observando desde un recóndito sotoportego bastan para percatarse del monumental engaño que se ha montado a cuenta del turismo de bajo coste. Con un buen documental –y hay unos cuantos de Venecia- se habrían ahorrado estas familias unos miles de euros y habrían visto más Venecia que en estas horas que se han pasado haciendo fotos desde el vaporetto.

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