miércoles, diciembre 07, 2011

QUADERNO VENEZIANO VII: Los sonidos

Puente de Rialto 6:00 A.M.




La grandiosidad y esplendor de las formas magnificadas por una iluminación única produce un placer demasiado intenso. No nos atrevemos casi a cerrar los ojos durante unos minutos para dar paso a esa otra Venecia que se arrastra como una sombra tras nuestros pasos, casi imperceptible. Apenas oímos su susurro cuando descansamos en sus grupas para tomar aliento y seguir lamiéndola sólo con los ojos. La serena y dulce Venecia se desliza sobre sus aguas con la suavidad con que una de aquellas damas de Carpaccio arrastraría la cola de su vestido de seda sobre la alfombra de su palacio. Las aguas de sus canales llevan siglos obedeciendo flujos de señores demasiado terrenales. Se han olvidado, estas aguas, de su origen y de su régimen de mareas pero ¡que importa! La luna todo lo comprende, le sobrarán a ella océanos que mover a su antojo. Cada noche acude puntual a enseñar su perfil más bello y misterioso a su amante agradecido. El Gran Canal devuelve al cielo multiplicadas por estrellas todas las monedas de oro que la codicia de los hombres han invertido en este imbatible y prepotente reto a la naturaleza. Pero no es poesía todo lo que suena. En realidad es casi todo lo contrario. No te despiertan por la mañana los crujidos de los pali, ni siquiera el graznar de las gaviotas violentadas por la puesta en marcha al unísono de todas las atracciones que reclaman sus primeras monedas de desayuno. Te despiertan siempre las ruedas de las maletas de los que siempre están llegando y regresando. Desde tu ventana puedes observar cómodamente este hormiguero disciplinado. Entonces Venecia se te antoja un enorme acuartelamiento en donde contingentes de todas las naciones vienen a recibir una instrucción obligatoria sine die. Pero desde tu ventana observas también como venecianos de los pisos inferiores contemplan este continuo desfile de termitas. Yo me sonrío maliciosamente porque les veo, a los venecianos, reprimir su deseo de escupirles a estos insectos que sólo vienen con ánimo de revolverles el hormiguero. Sólo por este vulgar y continuo rugir ya merecen los visitantes esa descortesía con que son recibidos por la curiosa y dispicente población local. A media mañana ese bramido queda amortiguado por la cantilena de toda la romería local. Del ensordecedor barullo que se concentra en las calles atiborradas de gente –afortunadamente no más del veinte por ciento dela ciudad- me quedo con lo más extraño que me he echado al oído. Las rancheras que destrozaban los cantantes de alquiler de las góndolas en uno de esos cruces de canales donde no hay más Venecia que el brillo fúnebre de estas embarcaciones que tiñen de negro todas las aguas de los canales de ciudad. Pero la mañana sonora veneciana tiene, por supuesto, notas y compases más armoniosos. Yo viví justo al lado del mercado de Rialto. Allí los acordes que continua y espontáneamente compone la multitud anónima que viene a abastecerse de frutas y pescado fresco, suena a música celestial bajo los arcos del edificio de la pescheria. Los sonidos de Venecia. La grandiosidad y esplendor de las formas magnificadas por una iluminación única produce un placer demasiado intenso. No nos atrevemos casi a cerrar los ojos durante unos minutos para dar paso a esa otra Venecia que se arrastra como una sombra tras nuestros pasos, casi imperceptible. Apenas oímos su susurro cuando descansamos en sus grupas para tomar aliento y seguir lamiéndola sólo con los ojos. La serena y dulce Venecia se desliza sobre sus aguas con la suavidad con que una de aquellas damas de Carpaccio arrastraría la cola de su vestido de seda sobre la alfombra de su palacio. Las aguas de sus canales llevan siglos obedeciendo flujos de señores demasiado terrenales. Se han olvidado, estas aguas, de su origen y de su régimen de mareas pero ¡que importa! La luna todo lo comprende, le sobrarán a ella océanos que mover a su antojo. Cada noche acude puntual a enseñar su perfil más bello y misterioso a su amante agradecido. El Gran Canal devuelve al cielo multiplicadas por estrellas todas las monedas de oro que la codicia de los hombres han invertido en este imbatible y prepotente reto a la naturaleza. Pero no es poesía todo lo que suena. En realidad es casi todo lo contrario. No te despiertan por la mañana los crujidos de los pali, ni siquiera el graznar de las gaviotas violentadas por la puesta en marcha al unísono de todas las atracciones que reclaman sus primeras monedas de desayuno. Te despiertan siempre las ruedas de las maletas de los que siempre están llegando y regresando. Desde tu ventana puedes observar cómodamente este hormiguero disciplinado. Entonces Venecia se te antoja un enorme acuartelamiento en donde contingentes de todas las naciones vienen a recibir una instrucción obligatoria sine die. Pero desde tu ventana observas también como venecianos de los pisos inferiores contemplan este continuo desfile de termitas. Yo me sonrío maliciosamente porque les veo, a los venecianos, reprimir su deseo de escupirles a estos insectos que sólo vienen con ánimo de revolverles el hormiguero. Sólo por este vulgar y continuo rugir ya merecen los visitantes esa descortesía con que son recibidos por la curiosa y dispicente población local. A media mañana ese bramido queda amortiguado por la cantilena de toda la romería local. Del ensordecedor barullo que se concentra en las calles atiborradas de gente –afortunadamente no más del veinte por ciento dela ciudad- me quedo con lo más extraño que me he echado al oído. Las rancheras que destrozaban los cantantes de alquiler de las góndolas en uno de esos cruces de canales donde no hay más Venecia que el brillo fúnebre de estas embarcaciones que tiñen de negro todas las aguas de los canales de ciudad. Pero la mañana sonora veneciana tiene, por supuesto, notas y compases más armoniosos. Yo viví justo al lado del mercado de Rialto. Allí los acordes que continua y espontáneamente compone la multitud anónima que viene a abastecerse de frutas y pescado fresco, suena a música celestial bajo los arcos del edificio de la pescheria.




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