martes, marzo 20, 2012

aburrimiento

Como no quería aburrirse diseñó un detalladísimo plan para acabar con su vida, sería el crimen perfecto, pero no quería dañar a nadie, por lo que planificó un aburrimiento programado, dos horas diarias de paseo ensimismado por las céntricas calles, dejaría que a sus amigos y conocidos les alimentase la pena por el dolor ajeno, compraría sospechosos productos en la farmacia de su barrio, se dejaría caer, lo más literalmente posible, sobre la barra del bar en el que apenas había entrado hasta hacía poco, por miedo a aburrirse, y luego, sin que nadie le viera, para evitar sospechas, compondría palíndromos, leería microrrelatos de Monterroso y se atrevería con algún soneto, todo muy clandestino, para que nadie sospechase de su infiel cordura, y así fueron lloviendo los días, le tomó gusto al jueguecito diario y hasta acabó por aburrirse de verdad alguna tarde observando mentirosamente cabizbajo la partida diaria de tute de los jubilados en el parque, se sorprendía a sí mismo ingiriendo juguetonamente alguna que otra pastilla que rimaba con el color de su estado de ánimo, y aprovechaba el mareo para dejarse caer, lo más literalmente posible, sobre la barra del bar en el que ya no era tan intruso, se olvidaba el plan diario y se ponía con sus palídromos en los grasientos márgenes del incipiente periódico atrasado del día, comenzó a mezclar literatura con fármacos de alta graduación y se sentía pésimo, verdaderamente estaba alcanzando cotas de una sobreactuación que ya engordaba exageradamente la compasión de los vecinos, pero no cejaba en su empeño, no quería aburrirse, eso nunca, quería acabar con su vida aburrida y morir de aburrimiento, demostrarle al poeta que no era siempre inocuo inventar frases aparentemente sin sentido, así que se decidió a componer la elegía de su vida con los resultados de su analítica más reciente, dejaría pistas de su confusión en su desordenado piso y se dedicó por las noches, cuando no actuaba para nadie, a recolocar los muebles y los libros y la ropa y las fotos, y los apuntes y las facturas, por estricto orden asonante, sólo el policía mas idiota de la comisaría repararía en ello y claro, quien lo creería cuando mascullase tal anomalía todavía con la salsa de tomate asomándole entre los dientes...

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